En el trono
de la gloria dulce conquistada
sus
incomprensibles cantos repiten los dioses.
Ambicionan entonar
verdaderos himnos,
pero el aire
se enrarece y opaca sus notas.
En los
jardines amables del edén tedioso,
una y otra
vez corean sus viejas canciones,
arremeten
por los siglos sobre el blanco pentagrama,
en búsqueda
de los códigos de una nueva melodía.
“Ay,
desorientados dioses,
¿no sabéis
que existe un truco, antiguo y corriente,
más allá de
vuestro brío de composición,
rayos de voces
y honduras y de hondos silencios?
La
emulación de los cantos de ranas puede servir
como aquellas
salvadoras escenas de caballería
en los filmes
épicos de Hollywood.”
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