Eres libre en espíritu. Tu mano
consigue desatarte la atadura
para saltar desde imponente altura
como un pichón robustecido y sano.
Y caes con las alas desplegadas
a la duda y al miedo del abismo;
y, pesaroso, ves que el atavismo
te exige discernir las coordenadas.
Mientras desciendes de la fría cumbre,
tu instinto, que es timón e incertidumbre,
la infalibilidad del vuelo invoca.
Pues cuánto teme tu razón perderte
al percibir la cara de la muerte
en la visión de la punzante roca.
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