Siempre desciende
abstracto sobre la médula del brío,
sobre el clamor del verso
inexistente, sobre la súplica del estro,
sobre las teclas del
ordenador, sobre el coraje,
deslizándose con el
tiempo hacia el recóndito vacío.
En la eventualidad de su
germinación
se observan sepultados
casi siempre
todo su ritmo, con todas
sus verdades,
bajo la yerma sustancia
del abismo,
donde casi como la nada
se percibe.
Alguien lejano sufre. Se
ahoga en su carencia;
y esa agonía de lo
insulso, impone su mensaje de eutanasia
en la quimera del pasado,
en la ruina del intento fallido.
Entonces el espíritu ya
nada sabe de esplendores
y nada más comprende. Se
nutre de codicia
atada a los residuos del
talento,
y no logra sino arrear a
todos los pájaros de su sueño,
agotarlos en su propia
pobreza,
donde cansados van de a
uno pereciendo.
No se crea la luz con
voluntad,
ni en el fiero combate
con las duras palabras,
ni en la exclamación
vigorosa de los adjetivos,
ni en el asalto a lo
sutil,
ni en la fascinación por
la simbología;
menos aún,
en el extravagante grito
de las metáforas.
El poema es un galope
hacia el miedo de perder la cordura,
es un miedo que escucha
lo que no ha dicho todavía,
es un miedo tembloroso
que sigue y sigue
hacia el fuego que llama,
hacia la luz que el mismo
miedo predestina.